PREDICACIÓN  

Nuestro celo se funda en la pasión por abrir a la humanidad caminos de vida, de verdad y libertad por la palabra. Desde los orígenes, el carisma de la Orden de Predicadores consiste en “la salvación de las almas”, mediante la predicación.

Nosotros descubrimos hoy más la importancia de su dimensión de familia en la que mujeres y hombres, laicos y clérigos pueden estar unidos para colaborar en la misión evangélica, perteneciendo a comunidades o fraternidades, respetuosos con las diferencias, pero unidos por la fe. Nuestros esfuerzos para crecer como familia son en sí mismos aspectos de nuestra predicación. Esta tarea común de la predicación es la oferta de la experiencia de un Cristo vivo, a quien se le puede encontrar y a quien se le puede hablar. Esta tarea nos impone la obligación de escuchar la voz, los ojos y el corazón de quienes se dirigieron al apóstol Felipe rogándole: «queremos ver a Jesús» (Jn 12,21), y que son hoy los gritos de un gran número en el mundo.

La respuesta de Domingo, y una de las claves del éxito como predicador, fue su modo de vivir. Lo que atrae a las gentes hacia Cristo Jesús, no es precisamente lo que decimos, sino lo que somos. Por eso, nuestra predicación realiza de una manera plena su tarea en la medida en que los pobres reconocen a Jesús en nuestras comunidades. El evangelio que predicamos es la Buena Noticia a los pobres. Comprometiendo nuestra vida con ellos, nos convertimos en destinatarios de su evangelio. Para ir a su encuentro, nuestra predicación nos invita no a un compromiso en una actividad pastoral local, sino a una movilidad apostólica. Por eso, Domingo ha querido predicar según el modelo del Evangelio.

Nuestro carisma dentro de la Iglesia es ejercer, en colaboración con el ministerio de los obispos, la predicación en su dimensión profética, de modo colegial, comunitario. Es un recuerdo constante a toda la Iglesia de la importancia de la predicación. Nuestro trabajo teológico, en el que se apoya nuestra predicación, quiere descifrar constante y conjuntamente la Palabra de Dios y la experiencia humana. Nos obliga a la renovación, a aportar una respuesta adaptada, para que nada verdaderamente humano quede sin eco en nuestro corazón y en nuestra palabra. Esta característica profética de la Orden hace que nuestra búsqueda intelectual cuide el secreto de una libertad interior, la de la fe, que es adhesión a una persona viva, Dios mismo, el Único a quien debe el homenaje de su obediencia. Esta libertad de espíritu junto con el desplazamiento no es algo accidental, sino un propósito deliberado de Domingo. Por eso, nuestra predicación itinerante, comunitaria y profética, vivida siempre en comunión con la Iglesia, se ofrece como una proclamación gozosa a los hombres de la Palabra de Dios vivo y vivificante.