Formación Dominicana

¿Qué sentido tiene ser laico dominico hoy? ¿Puede una espiritualidad que hunde sus raíces en Santo Domingo de Guzmán, un fraile de la Edad Media, ofrecer un camino de vida cristiana plena para un laico del siglo XXI? Después del Concilio Vaticano II (1962-1965) y el reconocimiento de la importancia del papel de los laicos en la vida de la Iglesia que éste supuso, la espiritualidad del laicado experimentó un notable florecimiento. El impulso ya venía de atrás, y el concilio contribuyó a eliminar numerosos obstáculos. También sirvió de empuje para que todo bautizado tomara una mayor conciencia de su responsabilidad como miembro vivo de la Iglesia, esto es, para que se tomara conciencia de que todo cristiano no sólo pertenece a la Iglesia, sino que es Iglesia. ¿En qué situación quedaban los grupos de laicos pertenecientes a las tradicionales órdenes religiosas, como la –llamada antes del concilio- Tercera Orden de Predicadores? ¿Representarían los –llamados antes del concilio- terciarios dominicos una forma de espiritualidad laical válida para tiempos pasados pero que debía ser superada una vez que, por fin, los laicos podían desenvolverse sin las limitaciones y condicionamientos de antaño y la permanente tutela de los frailes y las monjas? Veremos que no sólo el laicado de la Orden de Predicadores sigue siendo una forma válida de vivir plenamente la vocación cristiana en la vida laical, sino que su misma existencia da testimonio de que la manera de entender la comunión entre los 2 distintos carismas, ministerios y estados de vida que existen dentro de la Iglesia exige ir a las fuentes de la misma, tal y como Santo Domingo hizo en su época; tal y como el concilio volvió a hacer recientemente. Los laicos de la Orden de Predicadores fueron y son signo de la comunión sobre la que se funda la Iglesia.

 

 

COMUNIÓN DE ESPIRITUALIDAD Y ESPIRITUALIDAD DE COMUNIÓN.

Lo primero que podría alguien preguntarnos es si se puede hablar de genuina espiritualidad laical en la Orden de Predicadores. Se trata de una orden religiosa; los laicos dominicos, de hecho, hacemos nuestra promesa al Maestro de la Orden, un religioso; vivimos conforme a una regla aprobada por la Congregación de Religiosos de la Santa Sede… Podría pensarse, por ello, que la rama laical de la Orden es un apéndice carente de entidad propia con una espiritualidad subsidiaria de la de los frailes y las monjas, una especie de brazo secular de la verdadera esencia de la Orden, la religiosa, que le permite extender su presencia al ámbito laical. Esta manera de entender lo que es la vida laical dominicana es un enfoque erróneo, lo cual no significa que no se haya dado (¿se dé?) en no pocas ocasiones y durante no poco tiempo. ¿Debemos avanzar, entonces, hacia la consideración del laicado de la Orden como un grupo de inspiración dominicana independiente de los frailes y las monjas? Tampoco este enfoque “emancipatorio” sería el adecuado. Entre la subordinación y la independencia cabe hablar de otro modo de relación: el de la comunión. Este es el enfoque, en mi opinión, correcto. El primer modo de relación coloca al laicado en una situación de heteronomía, en esa especie de “minoría de edad” en la se ha encontrado durante tanto tiempo. El segundo modo, supondría privarlo de sus vínculos constitutivos. La noción de comunión, sin embargo, permite articular la pluralidad en la unidad, la diferencia en la igualdad, y es, además, una categoría fundamental para comprender la esencia misma de la Iglesia y, por tanto, de la Orden. Cada una de las ramas –la metáfora botánica tiene una gran fuerza ilustrativaque forman la Orden de Predicadores tiene su propia entidad y autonomía a la vez que comparten una misma y única espiritualidad, porque todas comparten una misma y única fuente: el carisma de Domingo de Guzmán. Por eso, se necesitan unas a otras para poder desarrollarse y crecer plenamente. Existe entre ellas una mutua dependencia. En definitiva: los diferentes miembros que formamos la Orden de Predicadores estamos necesitados los unos de los otros.

 

La espiritualidad de los laicos de la Orden tiene las mismas raíces que la de los frailes y la de las monjas. Todos compartimos la misma sabia. Precisamente, eso es lo que representa el hecho de que todos realicemos una profesión o promesa al Maestro de la Orden como sucesor de Santo Domingo. La promesa al Maestro de la Orden que realizamos los laicos no significa, en ningún caso, una subordinación de la espiritualidad laical a la espiritualidad de la vida religiosa; lo que significa es que, siendo plenamente laicos, somos plenamente dominicos. Como miembros de la Orden, participamos de su misión apostólica según nuestra condición de laicos, tal y como dice nuestra Regla1. Pero, podríamos volver a nuestra sospecha inicial: ¿cómo puede el fundador de una orden religiosa ser fuente de inspiración de una espiritualidad genuinamente laical? Pues puede por dos motivos fundamentales que están íntimamente relacionados entre sí. En primer lugar, porque Santo Domingo vivió su vocación cristiana y ejerció su ministerio apostólico de tal forma que hizo posible un ecosistema eclesial en el que los laicos podían crecer y desarrollarse como laicos. Y, en segundo lugar, porque su docilidad a la acción del Espíritu le permitió tener claro que Dios no hace distinciones (Hch 10, 34b) y que también los laicos podían sentirse llamados a participar en la “santa predicación”.